La vigencia del récord de Gilmar Mayo en salto en alto

Por Ricardo Avila Palacios*

A las 3:44 p.m. del 17 de octubre de 1994, una tarde soleada de lunes festivo, Gilmar Mayo Lozano pasó a la historia: a sus 25 años, con una estatura de 1,90 m y 72 kilos de peso, sin buscar aquel día el instante de la fama, tomó impulso para romper la inercia y a una velocidad cercana a los 7,5 metros por segundo desafió la ley de la gravedad, frenó sutilmente su carrera para iniciar el despegue, tomar vuelo de espaldas con su cuerpo arqueado hacia atrás para superar el listón y mientras su humanidad dibujaba una cruz en el cenit de su salto para luego descender, ya sabía que cuando aterrizara contra el colchón era nueva marca nacional y suramericana de salto alto, con 2,33 metros.

Una maniobra que no duró más de siete segundos y que lo catapultó para ubicarlo a seis centímetros del registro olímpico logrado por el estadounidense Charles Austin (Atlanta 96) y a 12 centímetros de la marca orbital del cubano Javier Sotomayor (Salamanca 93).

No iba preparado para esa marca (ubicada en la casilla 100 del escalafón mundial, en julio de 2017), no la había planeado para ese día. Yo estaba asustado porque en mi primer salto las esquirlas de espuma que salían de la colchoneta me caían en los ojos de lo vieja que estaba, era la peor colchoneta en la que había saltado en mi vida. Además, la pista sintética (del estadio Hernán Ramírez Villegas, en Pereira) estaba cristalizada y parecía que estuviera corriendo sobre madera. Después entré rápido en ritmo de competencia porque había un cubano con una marca personal de 2,35 metros y estuve muy enchufado. Los 2,33 los pasé en mi segundo intento”.

Y aunque Gilmar no había planeado hacer ese día el mejor salto de su carrera atlética, parece que el entorno adverso, un rival cubano de alto nivel y un video de su primer salto se confabularon a su favor. El atleta Lewis Asprilla grabó el primer salto de su amigo, quien al observarlo con detenimiento, junto a su entrenador Eduardo Paz, halló una falencia técnica que corrigió en su segundo turno, el de la marca suramericana.

Han pasado 29 años y ningún saltador en Suramérica ha podido batir la altura saltada por el colombiano. Jessé Farías de Lima (Brasil), con 2,32 m, rozó el registro de Mayo, el 2 de septiembre de 2008. En Colombia, Wánner Miller, con 2,28 m, es quien más se ha acercado al salto, pero sin inquietar a Gilmar, quien ostenta una de las marcas vigentes más longevas del atletismo colombiano, en una antigüedad liderada por el boyacense Domingo Tibaduiza, quien desde 1978 posee los récords en 5.000 (13:29.67) y 10.000 metros (27:53.02). La segunda es la antioqueña Ximena Restrepo, con su inolvidable actuación en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, donde ganó la presea de bronce en los 400 metros, con tiempo de 49.64 segundos, desde entonces marca suramericana. En esta parte del continente Gilmar también posee el tercer récord más antiguo en hombres, detrás de Joaquim Carvalho Cruz (Brasil), plusmarquista suramericano de los 800 metros (1:41.77) -oro en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles y plata en Seúl 88-¬ desde el 26 de agosto de 1984; y del también brasileño Robson Caetano da Silva (Brasil), dueño desde el 22 de julio de 1988 del mejor tiempo en los 100 metros (10 segundos).

ero pese a la huella, hasta ahora indeleble, de su actuación en Pereira, Gilmar se lamenta por no haber subido al podio olímpico. “Si hubiera ganado una medalla en Juegos Olímpicos, seguramente ahora tendría apoyo para sacar adelante mi club de saltadores aquí en Quibdó. Mire, estoy trabajando con las uñas, tengo 30 niños y algunos de ellos llegan a entrenar sin almorzar y yo no puedo hacer mucho. Ojalá vengan a Chocó para que vean que las condiciones son difíciles para sacar nuevos talentos y eso no es justo, porque hay jóvenes con mayor talento que yo, y si ellos no ven progreso entre los que estamos retirados, pues yo no podría ser ejemplo de superación”.

En realidad, poco ha cambiado el asunto. En 1987, cuando Gilmar participó en su primer Suramericano Juvenil, a sus 18 años, se calzó unos tenis rotos que su madre, Melania Lozano, le regaló. Con ellos hizo los ejercicios de calentamiento y con unos spikes prestados ejecutó su salto alto con un pobre registro de 1,85 metros. ¿Y los otros atletas qué le decían al verlo con tenis agujereados?, le pregunto. “Nada, porque sencillamente yo no era nadie, era un aparecido. Ellos sí tenían tenis de marca y por eso me sentí inferior”, comenta este hombre nacido en Pailitas, Cesar, el 30 de septiembre de 1969, pero que es chocoano por adopción.

Al mirar por el espejo retrovisor, no olvida que un día de 1987 llegó a un campo de fútbol en Quibdó, para probarse en un equipo de atletismo. El técnico Guillermo Valencia lo puso a prueba con el test de Couper, una prueba de resistencia que se basa en recorrer la mayor distancia posible en 12 minutos a una velocidad constante. “Después de esto no volví sino a la semana siguiente, todo me dolía y no podía ni mover los pies, no me gustaba correr. Le dije al profesor Valencia que yo podría ser un gran saltador. Entonces me subí a un puente y me lancé al vacío. En medio de carcajadas me aclaró que el problema es que yo debía saltar de abajo arriba y no de arriba abajo. Yo no tenía idea de atletismo”.

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