Por Adriano Epiro – Diario La Razón – Argentina
Fabián, profesor de biología de 3º, avisó en la primera clase que, si le daba la gana, podía tirar una silla a la velocidad de la luz y la materia se convertiría en energía. Como si no fuera la frase premeditada que venía repitiendo por años en cada inicio de curso, después de la presentación se quedó colgado medio minuto. Por la falta de una nueva dosis de cafeína, pensaron los alumnos, cuyas risas hicieron que ese Superman desgarbado volviera a la clase tras deslizarse otra vez hacia el infinito y más allá. Sus ojos abiertos ante los desafíos de la ciencia eran la definición del asombro, un ejercicio que Braian Toledo practicó ayer en el Campeonato Mundial de atletismo de Beijing, donde quebró sus límites: lanzó la jabalina más lejos que nunca para meterse en la final (mañana a las 8.05) y clasificarse a Río 2016.
“Estaba muy bien en los Panamericanos de Toronto y no se me dio. Acá me salió en el primer intento para no sufrir. Con 21 años, es muy emocionante llegar a una final”, comentó el joven de Marcos Paz, al que le alcanzaron unos segundos para arrancarle un suspiro al respetuoso público en el Nido de Pájaro. Sobraron motivos: sus 83,32 metros batieron los 83 necesarios para irse a descansar temprano y lo clasificaron a los Juegos Olímpicos
“Me faltaba más roce con esta gente. Mi camino está en Europa, estos monstruos son los que me motivan para superarme”, avisó Toledo, que empezó tirando piedras y ahora compite de igual a igual con el keniata Julius Yego, líder del ranking de la IAAF. Unos Juegos Evita lo proyectaron a nivel nacional. El oro en los Juegos de la Juventud 2010 y los bronces en las citas juveniles de Italia 2009 y Barcelona 2011 lo asomaron al mundo. Y la promesa se hizo realidad con el tercer puesto en los JJ.PP. de Guadalajara. Durante los siguientes 24 meses se estancó justo antes de los 80 metros y una lesión en el codo demoró su debut en 2014. Franqueó la frontera recién en marzo, para sacar el pasaje a Beijing. El objetivo seguía en pie: acercarse al infinito.
Su marca, segunda del Grupo A, fue la sexta de la general, debajo de Yago y del finés Tero Pitkamaki (4 del escalafón) y por encima del trinitense Keshorn Walcott (su rival en juveniles, 2 del planeta y campeón panamericano), que se quedó sin definición. El alemán Thomas Rohler (3) y el finés Antti Ruuskanen (5) también lo miran. La prueba fue dominada por el germano Andreas Hoffman, con 86,14. Los 83,32 estiraron aún más sus récords argentino y sudamericano sub-23 (ya le pertenecían con 82,90) y saltó al tercer lugar entre los plusmarquistas del subcontinente, detrás del paraguayo Edgar Baumann (84,70 en 1999) y el brasileño Julio César Miranda de Oliveira (83,67 en julio, aunque eliminado ayer en China). Mañana, bien temprano, será el séptimo argentino en una definición mundialista.
“Es algo aún más grande porque estaba mi ídolo, Jan Zelezny. Tengo tatuado su nombre en la muñeca”, dijo Toledo sobre el récordman checo, con voz serena, brillo en los ojos y un par de inscripciones en una mano: los nombres de su madre y sus hermanos. Ellos también desafiaron las leyes de la física para impulsar la jabalina hacia otra dimensión. Braian Infinito, como se autodenomina en las redes sociales, recreó una capacidad humana ilimitada: el asombro. Y eso lo transforma, también a él, en un maestro.