Ochenta años atrás, en Berlin ya en poder del régimen nazi, se disputaron los Juegos tal vez más controvertidos de la historia olímpica. Ese régimen de Hitler y sus seguidores trataba de convertir al movimiento olímpico en una plataforma publicitaria, mientras eran pocos en el mundo los que advertían el riesgo. No obstante, el fantasma de una nueva –y terrible guerra- ya asomaba.
La ceremonia inaugural fue fastuosa, lo mismo que los recintos deportivos y la Villa Olímpica. El olimpismo no había conocido nada igual en sus cuatro décadas anteriores, desde la restauración impulsada por el Barón Pierre de Coubertin. El propio Hitler, lo mismo que su ministro de Propaganda, el tenebroso Goebbels, y otros jerarcas nazis, acudían diariamente al Estadio Olímpico para presenciar las competiciones atléticas.
Esos Juegos se recordarán por su utilización propagandística, como nunca antes había ocurrido. Pero también por la gesta de un atleta estadounidense de raza negra, Jesse Owens, autor de una hazaña también sin precedentes: cuatro medallas doradas en una misma edición (100 y 200 metros llanos, salto en largo y los relevos 4×100).
Owens no era ningún desconocido, ya había asombrado un año antes en Ann Arbor al establecer seis marcas mundiales en una misma jornada (100 yardas, 220 yardas y su paso por 200 metros, 220 yardas con vallas y su paso por 200 metros, y el salto en largo, donde colocó –en su único intento- un registro de 8,13 metros que perduró por un cuarto de siglo como la mejor del mundo).
Ya en Berlin y llevando esa condición de favorito, el oriundo de Danville (Alabama) y residente en Ohio, descendiente de esclavos, alcanzó la gloria deportiva a los 23 años: El 3 de agosto ganó los 100 metros con 10s.3, tras haber registrado la misma marca –récord olímpico- en las series. Un día después, fijó récord olímpico de los 200 metros con 21s1 tanto en la primera vuelta como en los cuartos de final. Y se produjo el memorable episodio del salto en largo: cuando estaba por quedar descalificado, sin marca con dos intentos nulos, su gran rival, el alemán Lutz Long se acercó para aconsejarle sobre la marca de pique. Owens consiguió clasificar dramáticamente y luego, en la final, batalló con el propio Long hasta triunfar con 8 metros y 6 centímetros.
El 5 de agosto se llevó los 200 metros llanos en 20 segundos y 7 décimas, nuevo tope. Y sólo le quedaba la posta donde, amplios favoritos, los nortamericanos marcaron un récord mundial de 39 segundos y 8 décimas. Junto a Owens corrieron Ralph Metcalfe, Foy Drapper y Frank Wykoff, convirtiéndose así en la primera cuarteta por debajo de los 40 segundos. La medalla de plata fue para Italia, el bronce para Alemania y, en el cuarto puesto, quedó el equipo de Argentina.
De aquel paso por Berlin quedó una amistad eterna con Long, enviado por los nazis a los campos de batalla y muerto en el frente italiano, en 1943.
También quedó una hazaña que recién podría igualar Carl Lewis en Los Angeles, casi medio siglo más tarde: cuatro medallas doradas de atletismo en un mismo Juego Olímpico.
Owens tuvo una fervorosa recepción popular, a su regreso. Pero el Gobierno de Estados Unidos le dio la espalda, Roosvelt no lo recibió nunca. Y las autoridades deportivas lo declararon “profesional” por algún episodio inventado, cerrándole todas las puertas en el atletismo. La pasó mal, Jesse Owens. Para ingresar al Waldorf Astoria, en la fiesta de recepción en su honor, tuvo que ingresar por la puerta de servicio: era negro. También tuvo que cumplir con exhibiciones ridículas (corriendo con galgos o con caballos, con motocicletas o con Joe Louis) para tener algún ingreso. Recién a fines de los 50, ya contratado para las relaciones públicas de alguna empresa o entidades oficiales que lo habían rehabilitado, se pudo estabilizar.
Murió por un cáncer de pulmón en Tucson, Arizona, el 31 de marzo de 1980. El mundo, su país, eran completamente distintos. El atletismo, también.
LA PARTICIPACION SUDAMERICANA
La asistencia de atletas sudamericanos a Berlin dejó varios temas para el recuerdo. Uno de ellos: era la primera vez que una mujer de nuestra región competía en el atletismo olímpico. Tal honor le cupo a la chilena Raquel Martínez, quinta en su serie de los 100 metros planos. Raquel era profesora de educación física y sus mejores rendimientos en el atletismo se dieron en salto en largo, prueba en la que estableció el –que se considera- el primer récord sudamericano con 5,55 m. (en 1934) y que tuvo una vigencia de más de una década. Por cierto, Raquel también se consagró campeona del salto en largo en el primer Campeonato Sudamericano (Lima 1939) abierto a la participación femenina.
Berlin 1936 fue también la primera cita olímpica para el atletismo peruano, que tuvo su valor saliente en el maratonista Gabriel Mendoza, clasificado en el 26° puesto.
Para Colombia era la segunda participación y su baluarte se llamaba Elías Gutiérrez Campo quien compitió en dos pruebas totalmente disímiles, pero que abarcaba con igual eficacia: los 100 metros y el lanzamiento de jabalina. Una leyenda en el atletismo de su país, Elías siguió durante toda su vida ligado al atletismo, como entrenador y dirigente Y también se destacaron sus hijos. Uno de ellos, Francisco, también alcanzó la nominación y la participación olímpica (100 metros en Tokio 1964), un hecho muy poco frecuente en la historia atlética sudamericana. Hernando, el hijo mayor, fue subcampeón de velocidad en los Juegos Nacionales colombianos de 1960, en tanto Joaquín, el tercero de sus hijos, se destacó como beisbolista y alcanzó las grandes ligas de EE.UU.
La pista atlética de Cartagena, inaugurada en la pasada década y donde se disputó el Campeonato Sudamericano 2013, además de otras importantes competiciones, lleva hoy el nombre de Elías Gutiérrez Campo.
Uno de los mejores atletas sudamericanos en Berlin 1936 fue, también, una de las grandes personalidades del deporte de nuestra región: el brasileño Sylvio Magalhaes Padilha. Oriundo de Niteroi, hijo de un militar y campeón de esgrima, Sylvio había nacido en 1909 y se destacó rápidamente en las competiciones atléticas. Alcanzó la plenitud en Berlin –ya había participado en Los Angeles- y estableció el récord sudamericano de los 400 metros con vallas con 53s.3 en semifinales, para ocupar el 5° puesto en la carrera decisiva. A su retiro de las pistas, fue uno de los más importantes dirigentes del deporte, presidió el Comité Olímpico de su país durante casi tres décadas (1963 a 1991), alcanzó la vicepresidencia del COI y también encabezó la organización de los Juegos Panamericanos de Sao Paulo, en 1963. Murió en 2002, a los 93 años.
Pero el equipo sudamericano de mayor rendimiento en el atletismo de Berlin fue el argentino (FOTO). Una de sus mayores esperanzas residía en el consagrado Juan Carlos Zabala, el Ñandú Criollo, quien había triunfado en el maratón olímpico de Los Angeles (1932) con apenas 21 años de edad. Zabala se concentró con muchos meses de antelación en Alemania, entrenaba en Wittenberg, y se mostraba en constante ascenso sobre 10 mil metros. El 10 de mayo estableció el récord sudamericano con 31m02s4 en dicha ciudad y once días después lo mejoró a 30m.56s.2 en Stuttgart. Decidió incursionar en esa prueba, aunque no pudo con el poderío de los fineses y terminó sexto en 31m22s08 el día inaugural de los Juegos. Una semana más tarde, para el maratón, tuvo que abandonar después de los 25 kilómetros. Y lo mismo le sucedió a su compañero Luis Oliva, quien padeció de muchos problemas ´físicos en la previa. Oliva era entrenado por el legendario Alejandro Stirling quien, tiempo antes, había terminado su relación con Zabala (ahora conducido por un coach local).
La gran figura individual del plantel argentino fue Juan Carlos Anderson. Hasta entonces era un buen especialista de los 400 metros (y llegó hasta semifinales). Pero su rendimiento máximo se dio en los 800, donde alcanzó la final y ocupó el 7° puesto, algo que ningún argentino podría repetir en el historial olímpico. Otro caso destacado: Juan Alberto Lavenás, quien alternaba el atletismo con el rugby de primera división. Lavenás llegó a las semifinales olímpicas en los 110 y 400 metros vallas, y contribuyó a la gran actuación de la posta 4×100. Había llegado como suplente y tuvo que ocupar el sitio de Antonio Fondevila, quien se lesionó en su serie de los 200 metros.
Los velocistas argentinos pagaron el precio de su inexperiencia en los 100 (Fondevila, Clifford Beswick, Antonio Sande). Pero Beswick –oriundo de Londres, residente de niño en Argentina- y Carlos Hofmeister atravesaron una ronda en 200. Este grupo, al igual que otros sudamericanos como el ya citado Elías Gutiérrez Campo, pudieron compartir las competencias con Jesse Owens en la fase eliminatoria.
La chance argentina aparecía con la posta corta, que venía de batir por tres veces consecutivas el récord sudamericano hasta colocarlo en 41s.7, el 16 de mayo en Buenos Aires. Formaba con Fondevila, Sande, Hofmeister y Beswick. Con Lavenás en el puesto de arranque en lugar de Fondevila, Argentina quedó segunda en la serie 2 al marcar 41s9, escoltando a Holanda. En la carrera decisiva, disputada el 9 de agosto, la cuarteta estadounidense comandada por Owens quebró por primera vez en la historia la barrera de los 40 segundos (39s.8) para llevarse el oro. Italia, que había reservado a sus hombres en las pruebas individuales, fue subcampeón con 41s1 y los locales, terceros con 41s2. Holanda, que incluía al medallista individual Osendorp, resultó descalificada por la caída del testimonio y la Argentina consiguió un cuarto puesto en 42s.2 que resulta notable: es el único que ha logrado una posta argentina en el atletismo olímpico.