Por LUIS VINKER
La reciente competición por las avenidas paulistas -desde el 31.12.1924 la Travesía de San Silvestre constituye la más popular entre las pruebas de fondo de nuestra región- volvió a ser «territorio africano», como viene sucediendo en los últimos años. Y en el sector femenino la ganadora fue la keniata Jemina Jelagat Sumgong, quien tenía como antecedente inmediato el oro olímpico del maratón en Rio 2016. Al repasar el extenso historia de la Sao Silvestre, prueba impulsada por el periodista Caspar Libero desde «A Gazeta Esportiva» hace ya casi un siglo, surge que la mayoría de las grandes figuras del atletismo de fondo a nivel mundial -en ese período- fueron atraídas por su color, su calor, su nivel, su pasión. Y dejaron huella. Leyendas como Zatopek y Bikila, Keino y Tergat, Suárez y Kuts., y tantos más, jerarquizaron San Silvestre. Hasta hace poco tiempo, se largaba minutos antes de la medianoche del 31.12, pero ahora se trasladó al horario matutino del último día del año. Y también, desde 1991, su trayecto (que había comenzado entre los 7 y 8 km) se fijó en los 15 km, igualmente exigentes con sus famosas subidas y giros.
La San Silvestre se abrió a los competidores extranjeros a partir de 1945 y por supuesto, cimentó la popularidad de los mejores fondistas sudamericanos. Tal fue el caso del argentino Osvaldo Suárez, múltiple campeón y recordman sudamericano y panamericano, quien alcanzó el mayor reconocimiento en su país al conquistar el primer triplete de San Silvestre entre las ediciones de 1958, 1959 y 1960. También los miembros del trío dorado del fondo colombiano (Alvaro Mejía hace medio siglo, Víctor Mora en dos oportunidades, Domingo Tibaduiza) obtuvieron la dimensión de «ídolos nacionales» con sus triunfos en la carrera paulista. Y el mismo camino recorrió el ecuatoriano Rolando Vera, único atleta que ha ganado San Silvestre en cuatro oportunidades consecutivas: después de sus promisorias apariciones (9° en 1984 cuando aún era junior y subcampeón en 1985) fue imbatible entre 1986 y 1989. En ese ciclo, también los fondistas brasileños recuperaron sus sitios en el podio, sobresaliendo el múltiple recordman sudamericano Marilson Gomes dos Santos con sus tres victorias (2003, 2005 y 2010) delante de la «legión africana», mientras que Ronaldo da Costa -el hombre que llegó al récord mundial de maratón en Berlin- se dio el gusto de ganar la San Silvestre del 94. Junto a ellos, el gran Vanderlei Cordeiro de Lima (bronce olímpico del maratón 2004 y portador de la antorcha olímpica en la reciente ceremonia de Rio) estuvo entre los mejores por las calles paulistas, aunque sin triunfar.
El ingreso de las damas a la San Silvestre es más reciente y tiene como estrellas indiscutidas a la ya mencionada Sumgong, a la portuguesa Rosa Mota (máxima ganadora de la prueba con seis títulos consecutivos entre 1981 y 1986) y a la etíope Derartu Tulu, ganadora en 1994. Tulu está considerada una de las mejores especialistas de todos los tiempos en 10 mil metros, con sus dos coronas olímpicas (1992, 2000) y un bronce (2004), además del cuarto puesto (1996). Y Mota se proyectó a la cumbre como maratonista ya que, tras obtener el bronce en la primera edición olímpica de la prueba femenina (Los Angeles 1984), alcanzó el oro cuatro años más tarde en Seúl.
Fineses
Autores del fantástico doblete de oro olímpico (5000/10.000) Zatopek (checo), Kuts (ex URSS) y Viren (Finlandia) anduvieron por San Silvestre, aunque con distinta suerte.
La nómina de europeos que ganaron la prueba se inauguró con el finés Viljo Heino en 1949, heredero directo de la dinastía de grandes fondistas de su país (Nurmi, Iso-Hollo y tantos más). Heijo llegó a la ciudad brasileña con el antecedente de su récord mundial de 10 mil metros, 28m30s8 ese mismo año, mejorando en casi ocho segundos el registro que tenía desde 1944. No tuvo tanta fortuna en su participación olímpica (1948), donde quedó relegado tanto en esa distancia -primer oro de Zatopek- como en maratón.
Lasse Viren, el hombre que volvió a colocar a Finlandia al tope del fondismo mundial, tuvo sus horas cumbres en los Juegos Olímpicos de Munich (1972) y Montreal (1976), triunfando tanto en 5.000 como en 10.000. En la ciudad canadiense, además, se aventuró al triplete (emulando al Zatopek de 1952), pero quedó quinto. Aún volvió a probar fortuna cuatro años más tarde, en Moscú, pero esta vez el nombre dominante para el fondo era el recientemente fallecido Miruts Yifter, de Etiopía, y Viren concluyó su ciclo olímpico con el quinto lugar en los 10 mil llanos.
Su acceso a la San Silvestre era parte de sus trabajos preparatorios, por lo cual nunca apareció como firme aspirante el triunfo (5° en 1973, su mejor ubicación). Viren quedó en la historia atlética como «el gran fondista para las grandes ocasiones» ya que, fuera de aquellos «momentums» olímpicos, rara vez alcanzaba su mejor forma.
Pero otros destacados fondistas fineses también aparecieron en el top ten de San Silvestre en distintas épocas. Podemos citar a Jouko Kuha (recordman mundial de los 3.000 con obstáculos, 8m24s2 en 1968), Martti Vainio (bronce mundialista de los 5.000 en la edición inaugural de Helsinki 1983) y Tapio Kantanen (otro especialista en obstáculos, bronce olímpico en Munich 72 detrás de la dupla keniata y cuarto en Montreal 76).
Hombres de obstáculos
Ya que mencionamos a destacados especialistas del «steeple» como los fineses Kuha y Kantanen, hay que hacerlo también con otros que -desde la misma prueba- accedieron a la San Silvestre. Por ejemplo, el sueco Anders Gärderud (8° en 1973). Alcanzó la cumbre de su campaña con el título olímpico de Montreal, donde batió el récord del mundo con 8m08s02, casi de asombro para esa época. O el portugués Manuel de Oliveira (tercero de la San Silvestre 63), quien un año más tarde sería cuarto en el «steeple» olímpico de Tokio.
Pero si de «hombres de steeple» hablamos, nada mejor que referirnos al belga Gaston Roelants, el primer fondista en ganar cuatro veces la San Silvestre. Lo hizo entre 1964 y 1968, y sólo «se le escapó» la edición de 1966, precisamente ganada por el citado Alvaro Mejía. Roelants estableció en dos oportunidades el récord mundial de los 3.000 con obstáculos, fue cuarto en los Juegos de Roma (1960) y alcanzó el título olímpico cuatro años más tarde en Tokio. Aún estuvo en la final de México (1968), justo cuando comenzaba el -hasta hoy- imparable dominio keniata. Allí Roelants terminó séptimo en la altitud del DF. Y se lo siguió recibiendo con todos los honores en la San Silvestre, ya casi de veterano, como un top ten hasta la década del 70.
En esa misma época, Bélgica era una potencia en el atletismo de fondo. Al nombre de Roelants habría que agregarle los de Emiel Puttemans y Karel Lismont. Este, quien terminó 5° en la San Silvestre del 75, fue uno de los maratonistas más consistentes de la época, logrando la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Munich y el bronce en Montreal. Puttemans (4° en San Silvestre 71) brillaba en la pista y se apoderó de los récords mundiales de 3.000 lanos (7m37s6), dos millas (8m17s8) y 5.000 (13m13s0) a principios de esa década. En los Juegos Olímpicos de Munich, tuvo que contemplar a un imbatible Lasse Viren, logrando la medalla de plata en los 5.000 y el quinto lugar en la distancia doble.
La Locomotora Humana
La presencia de Emil Zatopek (FOTO) en San Pablo -diciembre de 1953- fue todo un acontecimiento. «La locomotora humana» había alcanzado la gloria olímpica en los Juegos de Helsinki, un año antes, con sus victorias en 5.000, 10.000 y el maratón, triplete que ningún otro fondista logró antes, ni después. Con un revolucionario método de entrenamiento, una feroz disciplina (apenas bajó del avión se fue a correr 30 kilómetros sobre la pista del Club Regatas Tieté, tres días antes de la San Silvestre) y una simpatía que no le abandonaría jamás -ni siquiera en los momentos tan difíciles que pasó en su país- Zatopek disfrutó de la carrera paulista. El título de Gazeta Esportiva era elocuente: «El mejor atleta del mundo en la mayor prueba del mundo». Ganó sin dificultades sobre un recorrido de poco más de 7 km, delante del serbio -ex Yugoslavia- Franjo Mihalic, quien había triunfado el año anterior, y volvería a hacerlo en 1954, cuando las autoridades checas no le permitieron viajar a Zatopek.
Para los Juegos Olímpicos de 1956, Zatopek ya no estaba en las mismas condiciones físicas -compitió en maratón y terminó sexto- y las pruebas de pista fueron propiedad del soviético Vladimir Kuts, con récords olímpicos de 13m39s6 en 5.000 y 28m45s6 en 10.000. Kuts también fue invitado a la San Silvestre del 57 y llegó con expectativas, pero terminó octavo: lo atribuyó a las ampollas que sufrió pocos días antes, al ir a correr a las playas de Santos…
Más Europa
Aprovechemos entonces para completar con otros destacados fondistas europeos que también estuvieron entre los mejores de San Silvtre. Principalmente, con el portugués Carlos Lopes, un atleta de extensa trayectoria y que, sobre el final, alcanzó sus mejores resultados en maratón con la corona olímpica de Los Angeles (2h09m21s, OR) y el récord mundial, pocos meses más tarde en Rotterdam (2h07m12s, el primer sub 2,8 en la popular distancia). Lopes ya había ganado San Silvestre (1982, 1984) y también había escoltado a Lasse Viren en los 10 mil llanos de Montreal 76, su distancia favorita antes del «salto» hacia el gran fondo.
Los éxitos portugueses en San Silvestre ya contaban con Manuel Farias (doblete 1956-1957, antes de la irrupción de Osvaldo Suárez). Lopes extendió esa tradición. También el ya mencionado Oliveira se trenzó entre los mejores, al igual que Fernando Mamede (cuarto en San Silvestre 78). Seis años más tarde, Mamede tendría su instante de gloria al batir el récord mundial de los 10 mil llanos con 27m13s81 en el meeting DN Galan, en Estocolmo.
Otros europeos: el alemán Hans Grodotzky (subcampeón olímpico de 5.000 y 10.000 en Roma, también subcampeón en la San Silvestre de 1960 que completó el triplete de Suárez). El español Mariano Haro -junto a Alvarez Salgado- los precursores de la gran época del fondismo español. Visitante con frecuencia de las pistas de nuestra región, Haro escoltó a Roelants en la San Silvestre del 64 y, en los Juegos de Munich, terminó cuarto en los 10 mil llanos, la primera de las tantas victorias de Viren. Para otro subcampeón de San Silvestre, el británico Tim Johnston (1967), fue el trampolín hacia el maratón olímpico de México, donde quedó octavo. También frecuente visitante de pistas sudamericanas y hoy periodista relevante, el italiano Franco Fava alcanzó el podio paulista en 1975 (tercero) y 1976 (subcampeón,tras el chileno Warnke). Al igual que Johnston, Fava fue octavo en el maratón olímpico, en Montreal. Y podemos añadir en esta nómina al suizo Markus Ryffel, uno de los mejores especialistas de 5.000 llanos en la década del 80 (medalla de plata en Los Angeles 84), quien terminó cuarto en la San Silvestre.
Fortuna y tragedia
Otro hombre convertido en leyenda -su vida ya fue tema de libros y películas- es el fondista estadounidense Billy Mills. Al igual que el inmortal Jim Thorpe, provenía de una tribu sioux. En plena infancia, perdió a su amdre y la pasó mal, también sufrió el racismo y la marginación. Pero gracias a sus dotes atléticas salió adelante y sorprendió al mundo al ganar los 10 mil metros llanos en los Juegos Olímpicos de Tokio, delante de las estrellas del momento: el tunecino Gammoudi, el australiano y recordman Ron Clarke, el etíope Wolde.
Mills ya había participado en la San Silvestre (quedó 10° en 1959). Y en aquellos Juegos de Tokio, el sexto puesto de los 10 mil llanos fue para el japonés Kokichi Tsuburaya quien, a los pocos días, alcanzó el bronce en el maratón ganado por Abebe Bikila. Tsuburaya también concurrió a San Silvestre a fines de ese año y terminó noveno… Pero el bronce le supo a poco, entró en una profunda depresión y se suicidó algún tiempo después.
Entre los fondistas estadounidenses que sucedieron a Mills en las grandes competencias internacionales se encontraba Frank Shorter. Ganador de la San Silvestre del 70 y campeón panamericano en Cali 71, Shorter logró el título olímpico de maratón en Munich 72 (también fue quinto en los 10 mil llanos). Cuatro años más tarde, se llevó otra medalla -esta vez de plata- en el maratón olímpico de Montreal.
Pero no sólo estadounidenses o sudamericanos -desde de nuestro continente- brillaron en San Pablo. Hay que recordar el aporte de fondistas mexicanos, sobre todo Arlturo Barrios y Dionisio Cerón. Este quedó segundo en tres oportunidades (1987, 1988, 1990) y fue uno de los mejores maratonistas del mundo, prueba en la que logró el subcampeonato de Gotenburgo 95, detrás de Martín Fiz.
Barrios llevó a México a los títulos de San Silvestre en dos oportunidades (1990 y 1991, aquí en la edición inaugural de los 15 kilómetros con 44m04s). Pero sus mayores logros se dieron en las pruebas de pista, sobre todo en los 10 mil metros llanos, donde ostentó el récord mundial con 27m08s23, logrados el 18 de agosto de 1989 en Berlin. Fue el último no-africano en poseer la maximarca, en una distancia en la que sobresalió su cuarto lugar del Mundial 87 (Roma) y el quinto olímpico, al año siguiente en Seúl.
Despierta Africa
En las últimas décadas, cuando uno contempla el arrasador paso africano por las pruebas de media y larga distancia -acaparando títulos y récords- hay que remontarse a dos nombres como «precursores»: el etíope Abebe Bikila y el keniata Kipchoge Keino. Justamente, los que iniciaron los ciclos de las que hoy son las mayores potencias mundiales en el atletismo de fondo. Ambos estuvieron en la San Silvestre: Bikila terminó segundo en 1961, detrás del británico Martin Hyman, mientras Keino fue 12°, tres años después.
Bikila causó sensación en los Juegos Olímpicos de Roma (1960) al ganar el maratón -corriendo descalzo- y cruzar la meta, junto al Arco de Constantino, en lo que era la mejor prestación mundial hasta ese momento: 2h.15m.17s. Cuatro años después, ya con el calzado adecuado y sobre la pista de Tokio, retuvo la corona con un nuevo récord de 2h.12m.12s. No hubo una tercera, en México, donde abandonó, aunque Etiopía conservó el oro a través de Mamo Wolde. Abebe Bikila se convirtió en celebridad nacional de Etiopía, el «padre» de la dinastía de fondo que, más cercanos a nosotros, prolongaron Haile Gebrselassie, Keneninsa Bekele y tantos más.
Por el lado keniata, Kipchoge Keino fue el primero en brillar en las pistas. En los Juegos Olímpicos de Tokio terminó 5° en los 5.000 metros y al año siguiente se apoderó del récord mundial de los 3.000 llanos con 7m.39s.6. Para los Juegos Olímpicos de México ascendió al podio de 5.000 (subcampeón, detrás de su compatriota Neftali Temu) y, sobre todo, triunfó en uno de los más esperados duelos, en 1.500, sobre el rey de los milleros estadounidenses, Jim Ryun. Keino mantuvo su vigencia para otro ciclo olímpico, ganó el steeple en Munich 72, donde también fue subcampeón de 1.500. Referencia obligada en todo lo que tiene que ver con el atletismo de Kenya, maestro y dirigente, fue uno de los que tuvo un papel central en la inauguración de los Juegos de Rio, en agosto pasado. Todos lo recordarán.
A fines de los 70, un kenyata que arrasó con los récords mundiales (3.000, 5.000, 10 mil) en apenas cuarenta días era Henry Rono, radicado en Estados Unidos y estudiante en la Washington State University. Pero su participación en grandes competencias pasó inadvertida, tuvo muchos altibajos (volvió con ciertos bríos para otros récords en 1981) y luego se perdió, en una vida de bebida e infortunios. Rono acudió a una edición de San Silvestre (1982), pero abandonó luego de los 5 kilómetros.
Otro de sus grandes compatriotas en el atletismo de fondo, Paul Tergat, se convirtió en el máximo ganador de San Silvestre con cinco triunfos entre 1995 y 2000: sólo fue superado por el local Emerson Iser-Bem en 1997. Autor del récord mundial de los 10 mil metros llanos con fabulosos 26m.27s.85 en Bruselas (1997), Tergat no pudo acceder a los máximos títulos de esa distancia por coincidir en el tiempo con otro superdotado, Gebrselassie: éste lo relegó al segundo puesto en dos ediciones olímpicas (Atlanta 1996, Sidney 2000) y en dos mundiales (Atenas 1997, Sevilla 1999).
Etíopes como Fita Bayissa y Tariku Bekele, el hermano de Kenenisa, estuvieron en el podio de San Silvestre en los últimos tiempos, alternando con los cada vez más ambiciosos y permanentes keniatas.
Son todos parte de una exquisita historia, del mejor atletismo de fondo en nuestra región.