Por LUIS VINKER
La historia de los 200 metros llanos en los Juegos Olímpicos ofrece algunos de los pasajes más interesantes de la evolución atlética. Y, además, es una de las pruebas en la que los mejores sprinters sudamericanos consiguieron resultados importantes, incluyendo las medallas de bronce del panameño Lloyd LaBeach en 1948 y del brasileño Robson Caetano da Silva, cuatro décadas más tarde.
Estados Unidos, como en tantas otras disciplinas, es la potencia dominante, ya que acumula 17 medallas de oro. Pero Jamaica -en la antesala de este Usain Bolt, ya convertido en uno de los «inmortales» de nuestro deporte- tuvo a un campeón como Donald Quarrie, de larga vigencia. Y Canadá registra dos campeones ya lejanos (Robert Kerr en 1908, Percy Williams en 1928), nombres que tal vez vuelvan esta noche a la memoria cuando Andre DeGrasse, el bicampeón panamericano, se plante en la lucha por las medallas con el propio Bolt.
Los Juegos de París (1924), ganados por el estadounidense Jackson Scholz en 21s.6, recobraron gran parte de su leyenda con la celebrada «Carrozas de Fuego». Scholz venció allí a su compatriota Charlie Paddock por una décima, quedando el bronce para el británico Eric Liddell -un hombre profundamente religioso, luego campeón de los 400- con 21s.9. En la película se ven los gestos de confraternidad de Scholz y Liddell, y los consejos que el estadounidense le daba a través de unos papelitos. Seis décadas después, Scholz -convertido en un famoso periodista deportivo de su país, y ya retirado- contaba que debido a la película, todo el mundo se le acercaba a pedirle papelitos con consejos. Pero era sólo una licencia de la película, no sucedió en la realidad…
Ya en los Juegos de 1932, en Los Angeles, el argentino Carlos Bianchi Luti se convirtió en el primer velocista sudamericano en ubicarse en una final olímpica de los 200 metros, tras batir el récord olímpico en semifinales (con un tiempo que se daría mucho después como 21.46 electrónico). En la carrera decisiva, Bianchi Luti terminó quinto con 21.6 manuales y los estadounidenses coparon el podio Eddie Tolan 21.2, George Simpson 21.4, Ralph Metcalfe 21.5. Este fue verdaderamente infortunado. Tras una tremenda definición con Eddie Tolan en los 100 metros (ambos con récord mundial de 10.3, triunfo para Tolan después de largas discusiones), al parecer Metcalfe corrió 1,5 m. más en los 200 por un error en la zona de tacos. Se le ofreció repetir la prueba, pero no lo aceptó.
Cuatro años después, los 200 eran para otro de los «inmortales», Jesse Owens con récord olímpico de 20s.7, en lo que significó uno de sus cuatro títulos en aquellos Juegos de Berlín, la cuádruple corona (100, 200, largo y posta) que recién podría emular Carl Lewis en 1984.
Después de los doce años de interrupción olímpica debido a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, los Juegos se retomaron en Londres (1948) y allí tuvimos al primer sudamericano en el podio: el panameño Lloyd LaBeach. Hijo de jamaiquinos llegados para la construcción del canal, y formado atléticamente también en Jamaica (donde cursó sus estudios secundarios) y en el competitivo marco de las universidades USA, La Beach fue medalla de bronce en los 100 metros. Y también en los 200, donde marcó 21s.5, precedido por los estadounidenses Mel Patton (21.3) -hijo del famoso general de la Guerra- y Barnell Ewell (21.4). En el cuarto puesto quedó el precursor de las gloriosas generaciones de velocistas canadienses, Herbert McKinley, con 21s3.
En los Juego siguientes en Helsinki (1952), Estados Unidos consumó uno de sus varios tripletes: Andy Stanfield en 20s7, Thanie Baker en 20s8, James Gather en el mismo tiempo. Y en esos Juegos, tras haber superado una complicada fase eliminatoria en la que se dieron cita más de 70 atletas, el argentino Gerardo Bönnhoff concretó su mejor performance internacional. Fue sexto en la prueba decisiva con 21s.3. Nunca otro velocista argentino llegaría tan alto en los Juegos.
Dos de aquellos medallistas USA volvieron al podio cuatro años más tarde, en Melbourne: Stanfield con 20.7 y Baker con 20.9. Pero ambos, superados por un inspirado Bobby Morrow, cuyos 20.6 igualaron el récord mundial y le permitieron completar el doblete (venía de ganar el hectómetro). En esta final, el brasileño José Telles da Conceicao terminó sexto con 21s.3 y completó una curiosa saga: en los Juegos anteriores había logrado una medalla de bronce en una especialidad totalmente distinta (el salto en alto). Pero, a la luz de la historia, nada tan extraño: Telles fue un atleta polivalente, de formidables condiciones, y que a lo largo de su campaña lució tanto en velocidad como vallas y saltos. Nació en Sao Januario, uno de los barrios de Rio de Janeiro, la ciudad que tantó amó y que hoy disfruta de los Juegos.
Posteriormente, se da un período sin tanta presencia de los velocistas sudamericanos. El italiano Livio Berutti, estimulado por la atmósfera de la Roma Eterna, le da a su país la primera de sus victorias sobre 200 en los Juegos de 1960. Su heredero se llamaría Pietro Menna, un hombre que llegó a batir el récord mundial en la altitud mexicana durante la Universiada y que tuvo una larga vigencia (cinco presencias olímpicas), alcanzando la cúspide con su triunfo en Moscú (1980).
En los Juegos de 1968, en México -probablemente los más extraordinarios de la historia atlética en cuánto a la calidad de sus performances- los 200 metros tuvieron un capítulo significativo. Por la carrera en sí, en la que Tommie Smith batió el récord del mundo con 19.83 y su compatriota John Carlos quedó tercero, insertándose entre ambos el australiano Peter Norman. Pero, también, por el podio, cuando ambos velocistas estadounidenses exhibieron sus puños en alto. Era plena época de efervescencia en la lucha por los derechos civiles, y el Comité Olímpico de su país los sancionó de inmediato. También quedó para la historia el gesto de Norman, solidarizándose con sus rivales. Recientes investigaciones periodísticas en Australia mostraron que, a su retorno y hasta sus últimos días, Norman, su actuación y su gesto fueron totalmente olvidados por su propio país…
Munich (1972) también tuvo su cuota política cuando el ucraniano Valery Borzov, por entonces representante de la Unión Soviética, consiguió el ansiado doblete 100/200: aún en Guerra Fría, los popes soviéticos celebraron un triunfo sobre EE.UU. en velocidad como lo hicieron en aquella memorable final de básquet que Belov definió en el último segundo, y que aún hoy se sigue discutiendo…
El ya mencionado Quarrie inició la cosecha jamaiquina en los 200 metros al ganar en Montreal (1976) con 20s.23, lo que no resultaba sorprendente. Ya había batido el récord del Mundo en los Panamericanos de Cali y fue otro de los especialistas en 200 con larga permanencia en los primeros planos, alcanzando el bronce cuatro años más tarde en Moscú. En aquellos Juegos en tierra canadiense, relegó a la dupla estadounidenses de MIllard Hampton y Dwayne Evans, quedando Mennea en el cuarto puesto y un brasileño, Rui da Silva, quinto con 20s.84. Rui, quien dominaba el ambiente sudamericano de la velocidad en esos momentos y cuyo hermano Delmo lucía en los 400 metros, también hacía base en Rio de Janeiro…
Después de los Juegos de Moscú, que le dan la victoria a Menna (bronce en Munich 72) y afectados por el boicot estadounidense, Carl Lewis alcanza la plenitud en Los Angeles (1984). Fue, al igual que en el caso de Owens, la consumación de su cuádruple corona y que en el caso de los 200 llanos le permite uno de sus récords olímpicos (19.80), delante de sus compatriotas Kirk Baptiste (19.96) y Thomas Jeffeson (20.26). ¿En el sitio siguiente, cuarto, a un paso del podio? Otro brasileño, Joao Batista Eugenio da Silva (20.30), con apenas 21 años, un inmenso futuro… y que no pudo cristalizarse en las temporadas siguientes, dejó pronto la actividad.
Carl Lewis intentó ser el primer bicampeón de los 200 llanos en la historia olímpica y estuvo a punto de lograrlo. Pero fue uno de sus compañeros de entrenamientos del Santa Monica TC quien lo impidió: Joe DeLoach. Lewis, en alguna medida durante los tramos finales de la carrera de Seúl 88, pareció hasta sorprendido por el «atrevimiento» de Loach, quien marcó 19s.75, le batió el récord olímpico y lo aventajó por cuatro centésimas. Fue, de hecho, la única derrota sufrida por King Carl en toda su vida olímpica en la que acumuló dos oros en 100 metros (siendo el primero en lograrlo), el de 200 en Los Angeles, dos más en los relevos y cuatro consecutivos -hazaña insuperable- en el salto de longitud. Claro que aquella final de Seúl 88 tuvo, para nosotros, un sabor dulce con la medalla de bronce del brasileño Robson Caetano da Silva (20s.04), el mejor velocista de la historia sudamericana y también oriundo de Rio. Inclusive, pudo superar allí a uno de los colosos de su tiempo como el británico Linford Christie -campeón del hectómetro en los Juegos siguientes- por cinco centésimas.
Cuatro años después, en Barcelona, Robson aún acechaba el podio y terminó cuarto en una carrera en la que Mike Marsh mantuvo la corona para la escuadra USA. Y llegamos a los Juegos de Atlanta, en los que se dio una de las más portentosas exhibiciones de 200 metros que se puedan recordar: los 19 segundos y 32 centésimas de Michael Johnson (también rey de los 400), pulverizando el récord de 19.66 que venía de registrar en los Trials de su país. Semejante marca, impensable para su época, redujo a la nada las grandes demostraciones de sus escoltas como el namibio Frank Fredericks (19.68) y el triniteño Ato Boldon. Aquella cálida noche en Atlanta, parecía que se implantaba un récord eterno (pero Bolt se ocuparía de desmentirlo, poco más de una década después).
Ni MJ ni Maurice Greene estuvieron disponibles para los Juegos de Sidney 2000, y estos quedaron muy abiertos. El triunfo de un griego, Kostas Kenteris (20.09), resultó totalmente inesperada, y acaso de las más insólitas de este historial. Aventajó por cinco centésimas al británico Darren Campbell, con Bolton nuevamente en el tercer puesto. Allí Sudamérica volvió a la final a través del brasileño Claudinei Quirino da Silva, sexto con 20s.28, cuando un año antes -en la final mundialista de Sevilla- había consumado su mejor actuación personal con la medalla de plata, detrás de Johnson.
Estados Unidos recuperó el oro en Atenas 2004, a través de Shawn Crawford. Pero este poco pudo hacer ante la aparición de Bolt en Beijing, cuyo récord mundial de 19.30 indicaba que el atletismo de velocidad ingresaba en una nueva era. Bolt necesitó apenas dos centésimas más para ganar en Londres 2012, convirtiéndose así en el primero de los bicampeones de 200 metros de la historia olímpica. Allí le secundó su compatriota Yohan Blake, el mismo que anoche no pudo sortear el turno de semifinales. En cambio, otros dos de los finalistas de Londres -el holandés oriundo de Antillas, Churandy Martina (5°) y el francés Christophe Lemaitre (6°)- volverán a estar en la final de esta noche. En el caso de Martina se trata de su tercera final consecutiva en los Juegos, tratando de olvidar el gusto amargo de algunas descalificaciones, como las sufridas en Beijing o en los recientes Campeonatos Europeos de Amsterdam. Por cierto que de aquella prueba de Londres hay que citar a otro velocista sudamericano con el gran mérito de finalista, el ecuatoriano Alex Leonardo Quiñonez, quien terminó en la séptima plaza.
Es en esta herencia que hoy tendremos al gran velocista panameño Alonso Edward ante un poderoso field de rivales, con Bolt a la cabeza y DeGrasse como presunto contendiente.